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Reporte de la semana

2010-02-17 00:00:00

'En rodaje: Burros'. Parte 1

Primera Semana: Domando el paisaje agreste

Por Ulises Pérez Mancilla

Vivir un rodaje es una experiencia intensa, fuera, muy fuera de lo común. Se trata de sumar voluntades, ánimo, interés, pasión, conocimientos a favor del sueño de una persona que habrá de permear su visión del mundo a un equipo de individuos que, conscientemente o no, se enrola en un destino de semanas donde la realidad se fragmenta y se fusiona entre el afán de reproducir la vida misma y preservar la vida propia en un contexto atípico donde las emociones se friccionan entre toma y toma. Por eso, para aquellos que hacer cine es más que un trabajo más, la elección de la siguiente película es un tema serio. Los rodajes nos marcan, e independientemente del destino final del filme, nos definen como personas, se vuelven parte de la historia personal de uno.

Burros, la ópera prima de Odín Salazar, otrora asistente de dirección egresado del CUEC (en su filmografía se encuentran películas como El mago, Adán y Eva, La sangre iluminada, La última mirada y Norteado) se convirtió en mi penúltima película, la octava como script, por una decisión aleatoria que involucró una oleada de emociones: compatibilidad, amistad, evasión, entusiasmo. Gusto por un guión profundamente personal, retrospectivo, que implicó un viaje de aprendizaje y crecimiento no sólo para el niño protagonista de la historia, sino para mí mismo. Al aceptar, había “sacado a bailar al diablo” en palabras del director, pues el carácter de éste y el mío son como el agua y el aceite, y su puesto y el mío estarían predestinados a estar juntos, silla a silla, hombro a hombro, durante todo el rodaje.

Lautaro (Abimael Orozco) es un niño que, tras la muerte de Eleuterio, su padre (Alfredo Herrera) es enviado por su madre (Adriana Paz) a vivir con su tía Emma (Leticia Gutiérrez). Al no sentirse a gusto lejos del hogar, éste escapa y emprende un largo camino de regreso a casa. La historia sucede en los años cuarenta en la llamada Tierra Caliente, Guerrero; y está basada en la experiencia real que vivió el padre de Odín durante su infancia.

Favorecida por el Fondo para la Producción de Calidad del IMCINE (FOPROCINE) en 2008 y producida por Elsa Reyes entre octubre y noviembre de 2009, a continuación la crónica de los 35 días de rodaje, a partir de los apuntes del script.

Día Uno

La locación está a más de 2 horas de distancia. Nos hospedamos en Ciudad Altamirano y vamos para Otlatepec. El viaje es un reencuentro de amigos. El 90% del crew se conoce por trabajos anteriores, muy pocos serán bautizados en esta ocasión. Al llegar, el calor nos derrumba, es obvio por que se llama Tierra Caliente. La humedad pesa, hay insectos merodeándonos por todos lados. Pronto, de nuestra piel brotan puntos de sangre. Se multiplican. En los brazos de Marzo Ezeta, el asistente de cámara, el salpullido es más evidente mientras carga la RED ONE: sus parches contra insectos no funcionan. Pablo Tamez, el sonidista, sangra de la nariz, Fabiola Ramos, su boom, padece alergia, las piernas del chofer de arte son como de La mole. Los demás escurrimos sudor a caudales.

Es mediodía y ya hemos corrido las primeras secuencias de la película, correspondientes al flashback de una foto familiar, donde Alex Cantú (fotógrafo de Un mundo raro, El cielo dividido, Rabioso sol rabioso cielo, Adán y Eva, La sangre iluminada y Norteado) hace un bit como él mismo en su “versión de época”. Bajo el intenso sol, nuestro protagonista cae a campo traviesa: llora. Es un niño (guache) de once años que jamás había estado bajo la presión del set, no es actor, le gustan las luchas y espera feliz la llegada de su padre proveniente de los Estados Unidos en los próximos días. Es la seriedad andando y cuando quiere decir no apenas balbucea tímidamente: No sé. Se llama Abimael, pero en Otlatepec todos lo conocen por Charapo, porque tiene ojos de charapo: unos ojos negros intensos que merecieron ya media docena de close ups.

Día Dos

Rumbo al Rancho de Los Pérez, se percibe ya la constante de todos los días al amanecer en Ciudad Altamirano: Un periódico local ambulante que vocifera todas las mañanas el número de muertos, balaceras y descabezados que suman día a día los cárteles del narco. Llegamos a la locación y el set elegido por el director hace unos días ha cambiado radicalmente. Es otro. La naturaleza nos obliga a movernos a unos metros de ahí, pero eso no nos libra de los moscos, cada vez más intensos y agazapados.

Este día continuamos con los flashbacks de la historia y damos la bienvenida al que se convertiría en el ya tradicional dolly “genérico e intercambiable” del maestro Cantú y casi por consecuencia a los wild’s de Pablito Tamez. Cuando el sol había hecho estragos en nuestros cuerpos, por ahí de las cinco de la tarde, uno sentía ganas de vomitar de lo deshidratado, hasta esa hora la gente salía con sus tractores a trabajar, muy de acuerdo a la lógica de la región, más no a la de nuestro plan de trabajo.

Día Tres

“Eleuterioooooooo… ¿Dónde estás por ay?”, grita Chuchín, un carismático personaje de Tlalchapa que ésta mañana lidera nuestra primera camada de extras de Tierra Caliente. Estamos de vuelta en el Rancho de los Pérez y el trabajo de hoy es andar entre milpas y parcelas: el puro trabajo del campesino. Alfredo Herrera, el actor citadino invitado esta semana se desbarata para reconstruir a su personaje de la manera más íntegra posible. Se mimetiza, suma esfuerzo, humildad, paciencia, resistencia, pero sobre todo, se gana la confianza de quien sería llamado “el macho alfa”: el tío David.

El tío David fungió como “animalero” durante el rodaje. De fuerte presencia, directo y preciso en sus emociones y opiniones, don David se imponía a través de su enseñanza agreste. Curtido por la vida y nada más que por la vida, observaba a detalle lo que a su mirada resultaba novedoso. Su misión de hoy quedó cumplida al traer a dos tremendos bueyes para que Alfredo arara el terreno con su yunta en la ficción.

La escena quedó cubierta por todos los ángulos con una gran variedad de lentes. La tarde transcurría y el crew iba de un lado a otro al paso que marcaba Alfredo con los pies desechos, pero con la alegría de haber logrado dominar a las bestias, mismas que babeaban sin cesar ante los ojos caritativos de Ale Berriel, la vestuarista que no daba crédito a los estragos del calor sobre los animales.

Estaríamos a unos cuarenta grados. Una vez que el tío hizo lo suyo miró a su alrededor y vio a Fabiola sostener el boom, a los asistentes de producción cargando sillas de aquí pa’lla, al catering repartiendo agua, al staff montando el dolly, al “Pollo” (asistente de vestuario) reparando los huaraches de Alfredo para que reanudara sus viajes, al utilero sosteniendo los props entre toma, al encargado de cámara cambiando batería. Nada extraordinario dentro del set. El trabajo de todos los días que a ojos del tío, bajo el inclemente sol, calificaría como “sobrehumano”. Lo que los bueyes habían despertado en Ale, el tío lo vio en la obstinada proeza que es el cine. Indirectamente, habíamos ganado su admiración y respeto.

Día Cuatro

En peregrinación, iniciamos el ascenso al monte. Vamos camino a San Vicente pero nuestro destino final es La Ventana. El plan de hoy marca una serie de “pasaditas”, secuencias de transición, recorridos del personaje de Lautaro acompañado por un hombre misterioso. Nos detenemos, rodamos y seguimos, nos detenemos, rodamos y seguimos. Por fin un clima templado, pero sin librarnos de los insectos. En plena toma, Fabiola no puede más, suelta el boom, hormigas corren por sus brazos, lo sostiene Odín. La toma se repite por otros motivos. La idea de un crew reducido siempre es relativa, pero aquí vamos, andando con las caras rojas afianzando vínculos. Equipaje ligero, comida ligera: tortas y tentempié, tunas y gelatina. Toda una expedición.

Odín bromea con Alfredo Martínez (el utilero) y Mari Paz Robles “La Negra” (la maquillista) con una constancia familiar que viene de rodajes atrás. “¿Cómo, no traes una sierra contigo?”, pregunta Odín. “La deje en el hotel”, contesta Alfredo. “Ahí está bien. Hasta parece tu primera película”, remata el director: “necesito que cortes ese árbol que está en cuadro” (el cine siempre arrasando lo que se encuentra a su paso). Detrás de las ramas, la geografía de Tierra Caliente ansiosa de ser capturada por la cámara de Cantú en el mejor de sus ángulos. Entre paisaje y paisaje el tiempo nos gana. Es el ocaso del día. Volveremos mañana.

Día Cinco

Esparcimos el rumor de lo bello que es allá arriba y hoy, el crew es menos reducido que ayer. Apretujados en las camionetas subimos directo a La Ventana. Han pasado cinco días y Abimael, nuestro protagonista, coloca sus propias marcas, domina sus puntos de vista, cuida su continuidad, escucha instrucciones atento y corrobora: “¿Ancina?”. Ancina. Venimos por un redituable medio y día y pronto, Cantú está trepado en un burro grabando unos puntos de vista del niño. Vuelve el calor, los sombreros y las mascadas. Se acerca el wrapp de la primera semana, una muy buena semana cuya recompensa se gesta en el patio aledaño de la alberca del hotel. De regreso, compras rápidas en la Bodega Aurrera, el moll del pueblo donde, además de lautan, kaladryl, vitacinilina y otros remedios para la prevención y el alivio de las picaduras de insectos, se consiguen películas como El ocaso de una estrella, Vértigo, El deseo viaja en tranvía, Rebelde sin causa, La malvada, entre muchas otras a solo 15 pesos.