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2014-02-04 00:00:00

Crítica del lector: “Gravity”, una resurrección

Por Marcos Vera

En todo aquello que se refiere al discurso artístico, a sus maneras y categorías, lo que distingue a la más joven de sus disciplinas es precisamente la capacidad que esta tiene para fusionar a sus predecesoras en una sola atmosfera, en un solo espectáculo audiovisual. Esto es lo que termina por caracterizar a la cinematografía; teatro, música, literatura y fotografía mezcladas todas en una secuencia de video; sin embargo, el cine será sólo y siempre genuino, en la manera en que los factores propiamente materiales se ordenan;  en el “cómo” un ser consciente, único e irrepetible como el hombre, manipula lo inerte para así dotar de alma a esa multiplicidad de fragmentos de masa.

Genuino es el cine por el “cómo”,  pero también es lógicamente común a todas las otras artes por hablar en un idioma distinto, por comunicar en un lenguaje único, lenguaje, que no se percibe sólo con los sentidos, a pesar de ser un arte preponderantemente audiovisual, sino que se escucha, ve y siente con nuestra humanidad completa, con ese todo imperceptible que nos hace seres trascendentales; ese es el código con el que las artes comunican, pues al final, no se trata de un monigote de trapo animado por la mano de un tipo en cuclillas, sino de un personaje de teatro de marionetas, no es un simple lienzo con variedad de sustancias químicas encima, sino una pintura única, no son un montón de tomas grabadas en cierto orden con actores y recreando distintos efectos, es una historia que nos habla a través del lente.

“Gravity” es prácticamente pulcra y perfecta en todo aquello que hace tan particular al cine y lo que su técnica implica, en todo ese “cómo” se ordena lo material para poner una historia en pantalla; Con una manera de rodar que ha atravesado paradigmas, ya que de la mano de una cámara danzante la audiencia se traslada a perspectivas nunca antes vistas o inclusive, creídas de llevarse a cabo. A través del lente de Cuarón no existe más un foco fijo, inherte, o vertical u horizontal, durante el sinfónico espectáculo, somos uno más en el drama de supervivencia, somos uno más sobre una tierra y un ambiente espacial que sin dejo de dudas es el más deslumbrante que se ha recreado, aplicando efectos visuales que roban el aliento mientras toda la parafernalia se anima por una perfectamente simbiótica banda sonora compuesta con un talento tal, que hace brotar unas cuantas lágrimas.

Se pueden derramar otros cientos de elogios sobre toda la deslumbrante técnica cinematográfica de “Gravity” y del poderosísimo vigor con el que ha pulverizado las reglas de la industria, pero esto no es por si sólo lo que la ha convertido en tan insuperable obra de arte.  Lo que podemos captar de su argumento más inmediatamente es hasta cierto punto algo sencillo y lineal, sin mayores vertientes a desarrollarse, simple y directo: la supervivencia a una catástrofe espacial de una doctora y primeriza astronauta (Sandra Bullock), acompañada en su desgracia por un veterano en los vaivenes de la gravedad cero (George Clooney). Curioso es que de dicha simpleza es de donde provenga a su vez el profundo poder de comunicación en la cinta, pues como pocas películas cumple a carta cabal con lo que hace a un largometraje en verdad valioso, ya que deja a un lado mayores argumentaciones o explicaciones en su progresión; “Gravity”, no necesitó que los actores nos expliquen su mensaje a través de saturados diálogos,” Gravity”  “habla” con cada segundo de metraje; en toda situación ordenada en sus tomas y secuencias se transmite algo esencial de forma idéntica a como una escultura o pintura hablan por si solas al contemplarlas. De cada diálogo y momento se desemboca una carga simbólica que de a poco construye un lírico cosmos a partir de varios microcosmos. De todas esas moléculas contenidas en todo el cuerpo de la cinta, cada una aporta una pieza codificada en arquetipo, pronunciada en fonema para el oído del alma. 

Lo que es esta última obra de Cuarón, no se puede determinar completamente como un drama de supervivencia con increíbles efectos, ni tampoco se agota todo lo que la define en describirla como “la mejor película espacial  de todos los tiempos”,  esta película es de las más grandes porque despliega ese incomparable talento pionero para narrar con toda magnificencia una historia que desde el proyector de cinta extiende una caricia a los más profundo del alma humana, recreándonos por analogía una experiencia que es común a todo el género humano:  la dolorosa travesía de la creatura por un mundo implacable, despiadado, con un alma resquebrajada por  cómo esa aparente anarquía le arrebata no solo la tranquilidad externa y física sino que también le ha desmembrado bizarramente el espíritu, apartándole de su lado a un ser querido. Sin rumbo en su existencia, tal y como la Doctora Stone conducía sin destino en la carretera, la creatura sólo vive por manifestar signos vitales; Stone es la especie humana viviendo, sufriendo su drama mientras peregrina por esta vida.

Con motivo de su improvisado salvador y maestro, el veterano Kowalsky (Clooney), la protagonista comienza a “gestarse” en su despertar de ese hipnótico trance para comenzar a recorrer el sendero de su verdadero destino final, y decimos que se “gesta”, por las relevantes y evidentes secuencias que aluden al desarrollo de la vida en el vientre materno y niñez temprana: la posición fetal, el cordón umbilical y los primeros pasos, secuencias que dan a la arquetípica epopeya un nivel aún más prodigioso.

En el momento de sentirse completamente inmersa en la derrota, nuestra heroína decide darse por vencida apagando todos los sistemas de la cápsula “Soyuz” que la mantiene con oxígeno, para sólo ser despertada por un inusitadamente superviviente Kowalsky que oníricamente ha acudido de nuevo a salvar a su pupila; una vez despierta en la realidad, abre los ojos no sólo de su resignación, sino que los ha abierto espiritualmente, ha renunciado, si bien no en su totalidad, a esa parálisis del alma que la mantenía cautiva, se ha motivado de un nuevo impulso vital, Stone, inspirada por Kowalsky, toma la decisión de luchar.

Alcanzando la estación espacial China “Tiangong” para usar su cápsula de reingreso como última apuesta de supervivencia, Sandra Bullock, mientras le habla a “Houston en el vacío”, realiza un monólogo digno de su más grande momento como actriz, transmitiendo la ligereza y humildad de un ser que “ha dejado ir” todo aquello que la mataba desde dentro. Resignada a su pequeñez, enfrenta al arbitrario destino que tanto tiempo la tiranizó,  atravesando una mezcolanza de terror y emotividad cercana al llanto, gesticula una conmovedora sonrisa en la boca mientras se dice a si misma antes de comenzar a tocar la atmosfera que no importa más el resultado de su destino, que está lista para su renacer en este u otro mundo; en el proceso de este inolvidable clímax, se nos enseñan unos planos “panorámicos” de la tierra que congelan la respiración, Ryan Stone entra en trabajo de “parto” y cual ave fénix en medio de la fricción de su diminuta cápsula con la atmosfera terrenal resurge a vacilantes pasos efecto de la “gravedad”, de todas sus angustias, de todas sus miserias.

El drama humano se ha dibujado a través de múltiples historias, novelas, pinturas, mitos y películas a lo largo de la historia del arte; Alfonso Cuarón y su equipo en noventa minutos no sólo compusieron una perfecta partitura simbólica del ineludible sufrir del ser, también lo resolvieron como de hecho en la realidad se resuelve: muriendo y resucitando.


Gravedad (Gravity, Estados Unidos/2013). Dirección: Alfonso Cuarón. Guión: Alfonso Cuarón y Jonás Cuarón. Fotografía: Emmanuel Lubezki. Música: Steven Prince. Edición: Alfonso Cuarón y Mark Sanger. Diseño de producción : Andy Nicholson. Reparto: Sandra Bullock, George Clooney y la voz de Ed Harris.