Por Hugo Lara Chávez

Un medio de comunicación tan íntimo y artesanal como las cartas ocupa en la geografía del cine mexicano un sitio fundamental y en la de la Ciudad de México un espacio digno de su tradición y su valor. El Palacio Postal, en el centro de la urbe, es obra del arquitecto italiano Adamo Boari, también uno de los artífices de la construcción del vecino Palacio de Bellas Artes, con el auxilio del ingeniero Gonzalo Garita que supervisó su edificación entre 1902 y 1907, por instrucción del presidente Porfirio Díaz.

Es un edificio que combina diferentes estilos: el plateresco, con elementos moriscos y góticos, renacentistas y venecianos, pero que al final forman un conjunto armónico. De su interior, resultan inconfundibles sus magníficos barandales y sus herrajes, que lucen en su luminosa galería principal.

Las inmediaciones de este inmueble han sido documentadas ampliamente por nuestra cinematografía (e incluso por Hollywood, en filmes como Bandidas, con Salma Hayek), y en su interior se han representado varios episodios de nuestras películas, en los que por alguna razón los personajes debaten sus conflictos, sus pasiones y sus destinos.

En ese escenario se detonan el suspenso en Distinto amanecer (Julio Bracho, 1943), luego de un asesinato provocado por unos papeles que comprometen los intereses de un político corrupto. También este magnífico lugar es una referencia clave en Sin remitente (Carlos Carrera, 1994), sobre la historia de una joven fotógrafa y un viejo empleado de la oficina de correos, dos criaturas solitarias sin nada en común más el hecho de vivir en el mismo edificio pero que se enredan en un sombrío e imposible romance desatado por una carta anónima. (Del libro Una Ciudad Inventada por el Cine, Hugo Lara Chávez, Cineteca Nacional, México, 2006)