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2024-04-15 00:00:00

Crítica: «El secuestro del Papa»: Historia de una infamia

Por Pedro Paunero

¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla?
Lucas 15:4-7



Es 1858, en el barrio judío de Bolonia cuando, en el marco más amplio de la guerra por la Reunificación Italiana, se sitúa el Caso Mortara, que implica el secuestro, por parte del Papa Pío IX, del niño judío Edgardo Mortara, bautizado en secreto, y sin anuencia de sus padres, por la sirvienta cristiana que la familia mantenía a su cargo, siempre que, según su confesión, el infante, a punto de morir a ojos de la muchacha, procediera así para que este no se “fuera al limbo”, debido a su origen. 

Marco Bellochio -director italiano que, como otros de sus célebres connacionales (Giovanni Papini o Curzio Malaparte) ha tenido una evolución política y espiritual,  bastante extrema-, filma “El secuestro del Papa” (Rapito, 2023), desde una óptica propia de denuncia, muy en su estilo, aunando el cine político, de cuyo subgénero podemos recordar su propia película “Buenos días, noche” (Buongiorno, notte, 2003), sobre el Caso Aldo Moro, así como la recreación histórica, y el cine jurídico.

Pío IX (Paolo Pierobon), no era ignorante que la iglesia debía al banquero Rotschild más de un millón de libras, y que este, de haberlo querido, hubiera llevado a la Iglesia a la bancarrota, en caso de cobrar,  en represalias por el secuestro del niño Mortara (que el filme no es sino uno más de un pequeño ejército de infantes secuestrados), pero confiaba -como se retrata en una escena clarificadora-, que los católicos de todo el mundo se levantarían en su defensa.

El caso fue tan sonado que hizo quedar mal al Papa, incluso entre los católicos, para lo cual la película echa mano de la animación, cuando Pío IX revisa los distintos periódicos que publicaran sus caricaturas, y estas cobran vida ante sus ojos. Se culpó -como siempre ha sido históricamente-, al supuesto complot judío-masónico de poner en contra del hecho a la prensa liberal, mientras los padres del niño, Salomone “Momolo” Mortara (Fausto Russo Alesi) y Marianna Padovani (Barbara Ronchi), sufren la separación y soportan los desplantes de un clero que, asumiéndose benévolo, es capaz de humillar, por juramento de obediencia, a Edgardo (interpretado primero por el actor infantil Enea Sala en su debut y, posteriormente, ya adulto, por Leonardo Maltese), haciéndole trazar, por tres veces, una cruz en el suelo con la lengua.

Sin embargo, como hiciera con la citada “Buenos días, noche”, Bellochio se vale de lo “real-imaginario” e, incluso, de la escena cómica, para subrayar sus argumentos de justicia social, como en la escena en la cual el Papa sueña con un grupo de rabinos, que asaltan sus aposentos, para circuncidarlo.

Se echa de menos un desarrollo más lúcido, y con esto, más sarcástico, en este par de escenas en una película que, por lo demás, invita a la reflexión sobre los abusos de poder de una institución que, a inicios de este Siglo XXI, es una de las más cuestionadas y, a la vez, más poderosas.