Por Hugo Lara

Como parte de la estrategia de crecimiento urbano destinado a convertir a la Ciudad de México en la punta de lanza del desarrollo del país, en los años treintas y cuarentas se alargó el trazo del Paseo de la Reforma, siguiendo el eje de la primera ampliación que llevaba de la Alameda a Chapultepec. 

Este trazo corre desde el costado del Bosque de Chapultepec hasta la salida a Toluca, ascendiendo sobre lo que eran los lomeríos del poniente de la ciudad. Los asentamientos urbanos de esta zona fueron nombrados en principio Chapultepec Heights (nombre de la sociedad promotora del Club de Golf Chapultepec, establecido en los años veinte) y luego Las Lomas de Chapultepec, su nombre definitivo, que a partir de 1923 se tornó la zona residencial más elegante de la ciudad de México.

El cine mexicano acudió reiteradamente a este fraccionamiento y sus espaciosas casonas como representaciones al estilo de vida de las clases acaudaladas de la Ciudad de México, especialmente entre los años treinta a los cincuenta. Los sólidos portales, los grandes vestíbulos, las amplias cocinas y habitaciones, las escaleras que comunicaban a las plantas superiores, fueron fotografiados o imitados por los escenógrafos del cine nacional, como se adivina en Ahí está el detalle (Juan Bustillo Oro, 1940), filmada prácticamente en su totalidad dentro de los ya desaparecidos estudios CLASA.

También es posible apreciar breves imágenes de esta naciente colonia y de sus monumentales residencias en El ropavejero (Emilio Gómez Muriel, 1947), donde Joaquín Pardavé interpreta a un miserable de gran corazón que tiene sus escarceos amorosos con la cocinera (Sara García) de una de estas mansiones, pues los sirvientes de Las Lomas solían ser pintorescos personajes para e nuestro cine.

Uno de los ejemplos que ilustran la forma en que era percibida esta zona quedó registrada en la imprescindible Los Fernández de Peralvillo (Alejandro Galindo, 1953), en una escena donde el protagonista (Víctor Parra), que se ha vuelto rico, y su novia (Irma Torres), los dos de origen humilde, acuden a una cita para comprar una casa en Las Lomas. Al ser confundida con una sirvienta, ella se siente humillada y le espeta a su pareja en son de pequeña revancha: “¡Yo no quiero vivir en Las Lomas!”. (Hugo Lara, del libro Una Ciudad Inventada por el Cine, Ed. Cineteca Nacional, 2005)