Por Raúl Miranda López

                  “Tú no sabes lo que es estar allá afuera” El melodrama carcelario mexicano tiene dos espacios bien conocidos: las Islas Marías y el Palacio de Lecumberri. Carne de presidio se ubica en este último. Antes de las cárceles de máxima seguridad federales y los CERESOS estatales (Centros de Readaptación Social), Lecumberri aparece enorme pero siempre atiborrado; se presenta el filme con panorámica panóptica que da cuenta de su diseño arquitectónico y su sistema de control; también se describe su fachada de edificio clásico que recibe a los castigados, para liberarlos después gracias a la fuerza del Estado. Una edición elíptica con disolvencias precisas que condensan el tiempo del encierro (Gómez Muriel era admirador del montaje de Eisenstein, Pudovkin y Griffith), nos va presentando la vida diaria en el penal. En particular la vida de Pablo (Pedro Armendáriz), trabajador humilde, que llega a prisión (“ya saltó la leona”), quien es rápidamente expoliado por los internos, quienes le pillan sus pertenencias (sus “chivas”). Un mundo controlado por el más duro y cruel presidiario que mantiene el “orden” marcial al interior de esa crujía, y que adquiere el rango de “Mayor” (“El gusano” Carlos López Moctezuma); luego, Pablo asumirá esta posición de control jerárquico. Un microcosmos que va de los lumpen (“puros asesinos de lo peor”); trabajadores honestos que caen ahí por el infortunio; algún miembro de la clase media en desgracia por el fallecimiento de la cabeza de familia (el estudiante Luis Beristáin); un anciano degüella niñas enfermo mental con epilepsia (émulo patético del Peter Lorre de “M” de Fritz Lang); algún preso profundamente devoto-religioso al que se le ha aparecido “la santísima virgen”; algún delincuente estafador extranjero que ha probado orgullosamente peores y mejores cárceles en diversos países; un ricacha licenciado corrupto “compratestigos” que cae en prisión de manera insólita y que paradójicamente atenúa la sed de venganza real, sustituida por la revancha de clase contra esos cuyas mujeres se “casan” con sus perros y viven en Las Lomas. Otros, personajes que son “rebuena gente” y que le rasgan a la guitarra y le dan a la cantada (“puro hijo de la sonaja”), pero que también son los más “picudos” para matar con “punta” por encargo o sin razón. Carne de presidio con cigarros como consumo vital, comprados en la tiendita; mujeres en paños menores en recortes en las celdas del hacinamiento; el “rancho” (las raciones de alimentos), incomible afuera pero preciado adentro (“a menear el bigote”); el tráfico de drogas carcelario (por primera vez manifiesto en el cine mexicano), dentro de un balón de fútbol; la fajina o la “talacha” de los baños para sacar diez pesos a la semana para la manutención de la esposa amada y el pequeño hijo abandonados a su suerte; el cuarto para visita conyugal irrealizable por el asco de la bella Martha Roth a la miseria; el democrático uniforme a rayas con todo y cuartelera de “majes”, “nahues”, “chidos”, “chacalitos”, “restas” y “machos” que sólo hablan caló, y todavía no dicen peladeces como los presos de El apando (Felipe Cazals, 1975), o El agujero (Beto Gómez, 1996) Luego, la libertad, pero también la liberación, involuntaria, de la carga familiar (ahora viviendo en casa de rico en la calle Álvaro Obregón), representada simbólicamente por la fumada a un cigarro en la moderna avenida Reforma, con un buen camarada de presidio, también indultado, como compañía para iniciar una nueva vida. Carne de presidio fue estrenada el 2 de julio de 1952 en el cine Nacional, un recinto para el cine popular enclavado en el barrio de La Merced. En la película confluyen elementos que la hacen destacable: el argumento y guión de Luis Alcoriza; las presencias actorales de Pedro Armendáriz, Martha Roth y Carlos López Moctezuma; pero también de “El Perro” (Gilberto González), “El Charrasqueado” (Arturo Martínez), “El Tuercas” (Polo Villa), y “El llorón” (Manuel Dondé); la capacidad de dirección de Emilio Gómez Muriel (el codirector de la magnifica Redes, de 1936); y la canción emblemática “Cuando el destino”, de José Alfredo Jiménez: “qué bonita es la venganza... cuando Dios nos la concede”. Recomiendo la lectura de “Testimonios para la historia del cine mexicano”, Tomo 3, publicado por Cineteca Nacional en 1976, una serie de entrevistas a directores y actores del cine nacional, coordinada por Eugenia Meyer.

Carne de presidio Dir: Emilio Gómez Muriel (México, 1951) Con: Pedro Armendáriz, Martha Roth, José María Linares Rivas, Carlos López Moctezuma, Luis Beristáin.