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2010-12-02 00:00:00

Tin Tán y los cuentos de hadas

Por Lorena Loeza  

La relación entre melodrama y cuento de hadas es más que evidente. La historia de la pobre víctima de sus madrastras, hermanastras, brujas malvadas; condenada a hacer trabajos domésticos debido a la mezquindad de quienes le tienen envidia, es la materia prima principal de las comedias románticas y novelas rosas, e incluso de todo el género telenovelero.  

Y la verdad es que es fácilmente digerible, una apuesta segura a la taquilla y a la futura transmisión en televisión en todos sus formatos.  Incluso ha dado lugar a parodias  que en mayor o menor medida cumplen el cometido de mostrar lo absurdo del relato, la incongruencia del mito de vivieron felices para siempre, y la necesidad de reírnos de algo que de tan solemne, en ocasiones lo único que provoca son carcajadas.  

Un interesante ejemplo de ello es la revisión de los títulos de algunas de las películas estelarizadas por Germán Valdés, Tin Tán en donde la parodia a los cuentos clásicos es más que obvia.  Títulos como “El Ceniciento” (1951), “El bello durmiente”(1952), “El violetero”  (1960), y algunas referencias a historias famosas de la literatura universal como “Simbad el Mareado” (1950), “El Vizconde de Montecristo” (1954), “Las Mil y una noches” (1957), y “El Fantasma de la Opereta” (1959); son una muestra de la consistencia en apostar a la comedia por esta vía. 

Pero para ilustrar el tema de la parodia a la historia rosa, son suficientes las tres primeras. “El Ceniciento” dirigida en 1951 por Gilberto Martínez Solares, es quizás la película que muestra  a sus realizadores por primera vez el potencial de la fórmula:  un desvalido y huérfano  indio chamula, encarnado por Tin Tán, llega a México a casa de sus tíos Marcelo y Sirenia quien tienen 11 hijos. Al saberlo pobre y sin fortuna lo usan como sirviente y lo explotan sin piedad. Tin Tán se enamora de una chica de alta sociedad y al parecer ella también de él, pero será necesaria la ayuda de un supuesto padrino ligado a la mafia, para que la historia termine con final feliz.  

Hay que decir que los elementos presentes en esta comedia paródica estarán presentes en muchos de los filmes exitosos de Germán Valdés.  La elección de una hermosa actriz como protagónica – en este caso se trata de Alicia Caro- y de un reparto que incluye a Andrés Soler en una de sus actuaciones más divertidas como un siniestro padrino mafioso, es sin duda clave del resultado final que sigue siendo una de las mejores muestras del humor a la mexicana en nuestra industria nacional.  

Tin Tán entiende que la parodia se lleva al extremo no sólo por el hecho de invertir los papeles. Es decir que lo paródico no se restringe exclusivamente al hecho de cambiarle el  género al protagonista. Es el hecho  de que en realidad,  se hace un tributo al prototipo del macho: feo, fuerte y formal, nunca un galán bien parecido al estilo de los del cine de aquella época, ni al estilo tele novelero. El ceniciento de Tin Tán se erige como un héroe trágico, pero nunca hermoso o virtuoso: una oda a la buena suerte que de hecho acompaña a la Cenicienta  en el relato original, quien también comprueba en carne propia que hay veces que solamente es necesario estar en el lugar indicado, en el momento indicado.  Hay que decir además que la película se exhibe justo cuando lo hace en México la versión animada de Disney, lo que hace el ambiente todavía más propicio para la ironía alrededor del tema.  

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Después de ello,  para el “Bello Durmiente” Gilberto Martínez Solares  propone una parodia todavía más desconcertante, ya que no guarda mucha relación con la historia que conocemos todos. El bello durmiente solo comparte con el cuento de hadas, la obvia referencia al título y el hecho de que en la historia el protagonista queda suspendido en sueño profundo durante miles de años.  

Fuera de eso, la trama es muy diferente. Un hallazgo arqueológico hace que un cavernícola despierte de un profundo sueño en el siglo 20, luego de que un rival en amores le dio una pócima que lo dejó dormido en su noche de bodas.  

El cavernícola (Tin Tán) reconoce a sus antiguos amigos y enemigos entre la gente que lo rodea y por supuesto a su antiguo amor, quien ahora es una señorita de sociedad que se avoca a la tarea de civilizarlo.  La cinta es una mezcla de lugares comunes, que evidentemente busca alargar el éxito del Ceniciento, muy menor en cuanto a guión y calidad pero con un buen resultado en taquilla lo que hace rentable seguir explotando la fórmula.  La hermosa chica de la cual se enamora Tin Tán es Lilia del Valle, quien también tiene realiza algunos números musicales bailando mambo.  

Nuevamente, Tin Tán no parece un galán digno de la mirada de mujeres tan atractivas. En este caso en particular, además representa el lado salvaje masculino, acabando por ser nuevamente un guiño hacia las cualidades del macho y la necesidad de protección de las mujeres, incluso entre las más deseadas, cultas o refinadas.  

Y finalmente, “El violetero” es quizás una parodia mucho mejor escrita y trabajada, en donde se hace escarnio del género que dio pie a los años dorados de nuestro cine: el melodrama indigenista, en donde la movilidad social a través de la virtud y la pureza de espíritu son las armas para trascender.  

La historia, cuenta como Lorenzo Miguel, un indígena Xochimilca que cultiva flores, es contratado por Doña Beatriz como jardinero. Ahí se enamora de Lucía, la hija de la señora, pensando en que es correspondido. La confusión desencadena toda una serie de malentendidos que culmina con el triunfo de un amor imposible vuelto realidad. 

Gilberto Martínez Solares nuevamente dirige, esta vez con un cometido mucho más dirigido a llevar al espectador a reírse de los clichés y momentos solemnes de nuestro cine, a través de las desventuras de un hombre del pueblo.  Considerada una de las mejores películas del cómico mexicano, representa también la madurez de la fórmula, en donde la dirección, el cuadro de actores acostumbrado – con muy pocas variaciones en realidad- y el tema alcanzan un excelente nivel que vuelve a la cinta en auténtico producto de exportación.  

“El Violetero” es la burla hacia nosotros mismos y nuestro desmedido interés por el amor romántico llevado al extremo y con tintes trágico. Un homenaje a nuestra natural tendencia a simpatizar con el más desprotegido y a pensar que uno como nosotros puede encontrar lo que a todos nos gustaría: el amor inalcanzable, el amor imposible.  

Nada más parecido a lo que las historias de princesas nos han vendido a lo largo de la historia, solo que ahora con un poco de humor y muy a la mexicana. Una tarea que evidentemente no hubiera podido lograr cualquiera, se necesitaba de un actor con el carisma de Germán Valdés, para poder lograr que no hiciera reír la misma historia, que ya nos ha hecho llorar tanto.