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2014-03-12 00:00:00

“Nebraska”, Premios Mudos. Concurso de Crítica Premio Distrital

Por Jorge Javier Negrete Camacho
Premio Distrital

Crítica 2 de 3 (Escrita durante el seminario)
 

Se suele pensar, de manera errónea, que la ilusión siempre tiene un atuendo radiante, lúcido y vivaz, una cualidad esencial que nos despierta bruscamente de la abulia y que nos empuja a un radical dinamismo. Cuando esa ilusión llega, aunque sea bajo un obviamente postizo disfraz, nuestra respuesta de acción habla más que la meta misma. Sucede así con el septuagenario Woody Grant (amablemente lunático Bruce Dern), un hombre que padece demencia senil al cual le llega un correo en el cual pomposamente se le anuncia que se ha hecho millonario y que debe, a la brevedad, reclamar su premio.

El más reciente largometraje del laureado cineasta americano Alexander Payne, quién ha construido su carrera a base de una penetrante disección del ethos y la compleja vacuidad americana en filmes como “Election” (1999) donde disecciona el génesis de la vida política y las brillantes road movies “About Schmidt” (2002) y “Sideways” (2004), ambos filmes que tienen vasos comunicantes con “Nebraska” en la búsqueda de sentido a través de un aferramiento neurótico a lazos filiales o un descubrimiento personal.

Los orígenes de estos viajes parecen venir de una tradición fílmica norteamericana afincada en obras como “The Last Picture Show” (1971) del gran cinéfilo/cineasta Peter Bogdanovich o “Five Easy Pieces” (1970) de Bob Rafelson, en las que se pavimenta el camino que habrá de recorrer la familia Grant, finamente construido a base de la dolorosa nostalgia de Bogdanovich y de la incómodamente necesaria intimidad de Rafelson.

Desde el primer cuadro, Payne presenta a Woody con un ímpetu casi infantil, la instancia freudiana del 'ello' en búsqueda de su gratificación inmediata, un niño cuyos ojos dilatados están enfocados únicamente en el premio que habrá de venir, divagando peligrosamente al borde de una carretera con entrañable demencia. Su hijo David, un sensible y sorprendente Will Forte, conocido principalmente por su trabajo como cómico en el legendario programa “Saturday Night Live”, en un desesperado intento de cercanía cede al recalcitrante capricho de su padre, solicitando permiso en su ingrato trabajo como asesor en una tienda de electrónicos.

Por otro lado se encuentran la vivaz madre del clan Grant, Kate, que encuentra en el impecable ritmo de la gran actriz de carácter June Squibb los elementos necesarios para sobresalir en este mundo eminentemente masculino. Kate tiene una lengua de acero implacable que lacera con ironía y dulce ponzoña el enorme silencio que la rodea, así es como sin reparos se levanta la falda frente a la tumba de un viejo pretendiente o insulta a su difunta cuñada espetándole que era una zorra, sin embargo, Kate no hace más que mostrar la coraza que le ha permitido sobrevivir en esta apática falocracia.

Como parte de este mundo se encuentra la familia de Woody y los habitantes del pueblo en el que creció, una colección de caracteres uniformes que se han criado a base de aislamiento, rencor y falsa introspección. Desde el impenetrable Tío Ray (Rance Howard), pasando por las bestias camioneras de Bart (Tim Driscoll) y Cole (Devin Ratray, el Buzz de “Home Alone”) hasta la amena vileza de Ed Pegram, interpretado con voraz imponencia por un auténtico monstruo del teatro norteamericano, Stacy Keach. La comunicación entre ellos se edifica en base al forzado ritual cervecero o a la contemplación de aquello que el caprichoso 'zapping' decida sintonizar. En “Nebraska”, la compañía es comunicación, los monosílabos predominan por que simplemente no hay nada más que decir, no por falta de voluntad sino por la ausencia de cambio. Sensibles cavernícolas que rehúsan salir de sus cuevas, ocultas bajo semblantes recios.

Payne filma en un prístino blanco y negro, bajo el hábil lente de Phaedon Papamichael, elección que difícilmente se siente gratuita y que responde a personalidades grises y distantes, pero complejamente matizadas. Los personajes se mueven en vastos espacios de melancolía terrenal, de una fuerte inspiración en los solitarios frescos del pintor norteamericano Edward Hopper combinado con el patetismo y la plasticidad de hueco optimismo que transmite otro gran retratista norteamericano Norman Rockwell, pero a diferencia de ellos, Payne drena todo el color, y nos deja un seco balance de muda tristeza y agridulces ecos cómicos.

La ambición de un padre no debería ser individual, la codicia puede tener una arista redimible cuando se comparte y convertir años de mutismo y feroz indiferencia en un legado para los hijos. El millón de dólares que Woody cree haber ganado es una cifra utópica, la oportunidad de legar a sus hijos, lo que su parquedad no le permitió expresar durante décadas. Cuando es el hijo quien da al padre, se da testimonio de un legado que excede lo material y se convierte en una acción que es aún más grande, poderosa e imponente que una troca nueva.

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