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2014-10-23 00:00:00

FICM 2014: «La sal de la tierra: Wenders y Salgado, una dupla inesperada»

Por Sergio Huidobro
Desde Morelia

Ya no deben de quedar tantos de aquellos escépticos que miraban con ironía la conversión de Wim Wenders hacia el documentalismo. Me parece que la mayoría surgió en torno al éxito de “Buena Vista Social Club” (1999). Afirmaban que aquello era un garbanzo de a libra y que el peso de la película descansaba en los músicos más que en el cineasta. Se olvidaban, o evitaban acordarse, de la magnífica y demeritada “Tokio-Ga” (1985) que Wenders había rodado en tributo a Yasujiro Ozu años atrás.

Pasaron varios años, pero al fin la mayoría de los críticos del Wenders documental tuvieron que cerrar la boca ante la revolucionaria apuesta digital que significó “Pina” (2011); una vez más un tributo, ya no al cine ni a la música, sino a un pariente insospechado: la danza contemporánea. De alguna forma, esta exploración de las disciplinas estéticas continúa en “La sal de la tierra”, un documental sobre el fotógrafo brasileño Sebastiao Salgado que obtuvo un premio de la sección Un Certain Regard en Cannes y que hoy fue presentado en el Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM).

Si me preguntan, lo primero que opondré es mi rechazo a ciertos aspectos de la fotografía social, de la cual Salgado es uno de los principales adalides: me parece una forma delicada de lucrar con el tercer mundo al camuflar su miseria a través del filtro de la obra plástica, y me parece que el éxito de las exposiciones, catálogos, subastas y documentales sobre el género han hecho mucho más por el prestigio de sus creadores y por el lavado de culpas que por las problemáticas sociales que los nutren. Pero eso es materia de una discusión distinta.

El trabajo de Wenders y de su co-director, el hijo de Salgado, no está a la altura inventiva ni plástica de sus anteriores documentales, aunque tampoco es un trabajo desdeñable. Está basado en el recuento memorioso del proceso detrás de cada uno de los libros de Salgado, auténticas odiseas de cuatro, ocho o diez años de duración en regiones insospechadas del tercer mundo, con frecuencia en zonas de conflicto. Por otra parte, el fotógrafo relata pasajes de su vida personal y familiar, a veces en su Brasil natal y, durante muchos años, en el exilio.

El trabajo es convencional en la forma, se sostiene a base de golpes emotivos y en la presentación sucesiva de las fotografías de las que se habla. Su segunda mitad describe los años en los que Salgado y su mujer regresaron a Brasil para poner en marcha un ambicioso proyecto de reforestación que al día de hoy se ha traducido en más de dos millones de árboles, que se alimentan mediante un novedoso sistema de irrigación.

El punto más flaco del documental de Wenders es que la obra de Salgado resulta casi siempre más interesante que la película que estamos viendo, y se traduce en un deseo sincero de que la cinta termine para ir a alguna librería a comprar los libros. Si eso es un acierto, se lo lleva Salgado, que parece haber contratado al director de “Paris, Texas” como publicista y promotor de imagen. Su punto más destacable es el jugueteo del cineasta para emular en cine los impresionantes juegos de luz y amplios encuadres que caracterizan al fotógrafo. Poner en movimiento el ojo estático de Salgado es, quizá, el acierto más noble de “La sal de la tierra”.