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2016-05-10 00:00:00

Crítica: «Las elegidas», los criminales están entre nosotros

Por Hugo Lara

“Las elegidas” es la segunda película de David Pablos (Tijuana, 1983), quien había debutado apenas en 2013 con “La vida después”, el relato de dos hermanos que  emprenden un viaje en búsqueda de su madre desaparecida. “Las elegidas” es un filme robusto por su realización y duro por su temática, méritos que le permitieron formar parte de la sección paralela Una Cierta Mirada en el Festival de Cannes de 2015, donde tuvo su premiere mundial y ahora se encuentra nominada a 13 premios Ariel, incluidos mejor película, guión y director. La película se exhibe en la Cineteca Nacional y esta semana ha sido programada por Netflix.

“Las elegidas” se asoma a una problemática dolorosa y de triste actualidad: las mujeres adolescentes que son secuestradas y explotadas por las redes de prostitución que existen en México. Ambientada en la ciudad fronteriza de Tijuana y Rosarito (Baja California), Sofía (Nancy Talamantes) es una chica de 14 años de origen humilde que se enamora de Ulises (Óscar Torres) y pierde la virginidad con él. En su cortejo, Ulises la presenta con su familia que aparenta normalidad: su padre Marcos (Edward Coward), su madre y su hermano mayor, Héctor (José Santillán Cabuto). Ella ignora que todo es una pantalla para secuestrarla y explotarla sexualmente. Cuando al fin queda cautiva en un prostíbulo, Sofía se enfrenta a un panorama desolador, mientras que Ulises, arrepentido, intenta liberarla y recuperar su amor pero a un precio muy alto.

Según el diario El País (6 de marzo de 2015), México es el país americano con más mujeres desaparecidas que son convertidas en esclavas sexuales, citando al Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio, el cual consigna que han desaparecido en sólo nueve estados del país 9,200 mujeres y niñas. El medio indica que en los últimos años, el tráfico de mujeres con fines de explotación sexual ha pasado a ser el segundo negocio más lucrativo en México, después de las drogas.

El filme está basado en un relato del escritor Jorge Volpi, aunque el propio director ha señalado que la historia se transformó radicalmente: “El guión original era de Jorge Volpi. Yo tomé ese primer guión como inspiración, sin embargo terminé escribiendo un guión totalmente distinto. En realidad, la película es un guión original mío, inspirado en un guión de Volpi. Lo único que tienen en común es el título, el nombre del personaje principal y el tema”, señaló a Corre Cámara en el marco del Festival de Cannes.

La película tiene una factura destacada, con el buen acompañamiento fotográfico de Carolina Costa y el buen ritmo que dota la edición de Aina Calleja y Miguel Schverdfinger, que en conjunto logran capturar el ambiente de los barrios populares de Tijuana y Rosarito, sus viviendas apretadas, las feas unidades habitacionales, las calles sin pavimento, la playa monótona no apta para turistas y otras locaciones. El director echa mano de imaginativas soluciones en ciertos momentos clave de su relato, como aquellas donde Sofía debe satisfacer a los clientes, resueltas con close-ups estáticos y un audio que revela la violencia de esos actos. Asimismo, el director se muestra competente para dirigir a sus actores, sin grandes nombres pero con desempeños notables, que forman un ensamble muy sólido (Talamante, Torres, Coward, y los otros)

De esta manera, el guión transmite permanentemente una terrible sensación de zozobra y desasosiego, como consecuencia de la pérdida de la inocencia de la niña que es forzada a prostituirse, a fingir otra edad, a cambiar incluso su identidad. El filme narra el despojo absoluto del que es víctima Sofía, no sólo de su sexualidad, sino de su dignidad y su libertad, a costa de amenazas y brutalidad.

El cine mexicano tiene una larga tradición de cine prostibulario (desde “Santa”, de 1931, la primera película sonora nacional), en virtud de una sociedad mojigata y machista que siempre se ha mostrada fascinada por el mundo del vicio y la perdición. Pero a diferencia de la mayoría de las películas de este subgénero de corte melodramático donde abunda el chantaje, la culpa y el castigo contra las mujeres (en la tradición de la novela decimonónica), David Pablos ofrece otro punto de vista, alejado del morbo y más acorde con el horror de esta clase de historias que han destruido miles de vidas.  Su mirada es pesimista y amarga. Es la tragedia de la protagonista y la imposibilidad de su amor con Ulises, víctima secundario de la crueldad de su padre, de su hermano y hasta de su madre.

En un país como México donde la violencia y el cinismo trasciende desde hace años hacia todos los ámbitos (desde lo más alto de la política) y se ha infiltrado en la vida familiar, “Las elegidas” denuncia con energía el desamparo de millones de personas que viven a merced de los criminales, ocultos en el anonimato, impunes a la ley y protegidos por las autoridades. Con agudeza, Pablos se permite el retrato de esos villanos en el seno del hogar, en la repetición de una farsa de cumpleaños a donde llevan a sus “elegidas”, en las discusiones cotidianas, en un día de campo, en sus pláticas de aspiraciones materiales. En contraste, también se recrea la miserable vida al interior del prostíbulo, donde débilmente florece una conmovedora amistad y solidaridad entre Sofía y otra joven (Alicia Quiñonez). En una realidad así, resulta escalofriante pensar que no hay escapatoria, aunque todos los indicadores así lo señalen.