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2017-01-29 00:00:00

«El perjuicio»: Una ausencia que se celebra, en My French Film Festival

Por: Rodrigo Garay Ysita

La comparación podría ser demasiado fácil, pero ahí está, mirándonos en la cara. Es ineludible y vaya desperdicio si no la abordamos ahora que todavía está fresca. Discutamos pues, con sus respectivas disculpas, la película francesa de Antoine Cuypers "El perjuicio" (Préjudice, 2015) —disponible en línea de manera gratuita para Latinoamérica hasta el 13 de febrero, como parte de My French Film Festival— a través de otra película francófona que está cortada de la misma tela: No es más que el fin del mundo (Juste la fin du monde, 2016), de Xavier Dolan.

Esta última es narrada por Louis, un escritor desahuciado que regresa a la casa de su madre para anunciar su muerte y reencontrarse con la familia histérica que abandonó por doce años. La primera es sobre Cédric, un treintón con claros problemas mentales que vive con sus padres y que añora viajar a Austria para nunca volver. Ambas historias giran alrededor de una comida familiar en donde se escupe veneno añejo entre hermanos a diestra y siniestra, unos porque reclaman, en elegantes close-ups y colores pastel, la ausencia del hijo pródigo; otros porque ya no toleran los psicóticos exabruptos de un hombre roto al que tienen que aceptar en su mesa.

El vínculo central (y más obvio) es la actriz Nathalie Baye, cuyo crédito idéntico en las dos películas (“La mère”) desdobla a una figura matriarcal entre el autoritarismo y la dulce resignación. Mientras que su papel como la madre reiterada de Dolan —más contenida de lo que es usual para el quebequense, a pesar de la estridencia de su maquillaje y su trajecito florido—, habilita pasiva e inconscientemente el flujo de violencia entre sus tres hijos, su rol en la cinta de Cuypers es decisivo. Cenando en la cabecera, ella es la piedra angular de su casa y la principal agresora de Cédric, mujer bella y altiva que, con todas las buenas intenciones de una madre protectora, hace puré la de-por-sí-ya frágil psique del hombre mantenido. Dolan ha construido su carrera prácticamente sobre golpes de culpa a la figura materna, pero Martine en No es más que el fin del mundo parece ser la reconciliación: es evidente que, aunque es distraída y egoísta, ama de verdad a su hijo. En El perjuicio, si las palabras le dicen a Cédric que su encierro es por amor, las acciones indican, más bien, cierta malicia deliberada.

El desdeño viene también en gran parte de su hermana Caroline, recién casada y con un futuro sobrino en el vientre, que no pierde el tiempo para hacer berrinches cuando los arranques autistas de su hermano le roban la atención de los comensales. Entre la obsesión de uno por la tierra de Hitler y Arnold Schwarzenegger y de la otra por la imagen ultrasónica de su bebé, la familia opta por favorecer a la histeria más razonable de ambas.

En ese sentido, El perjuicio podría entenderse como la cinta de Dolan contada desde la perspectiva del animal enjaulado Antoine (interpretado por un furioso Vincent Cassel), en donde el hermano querido y exitoso ya no es protagonista sino enemigo; en este caso, el inalcanzable Laurent, a quien se dibuja con anécdotas y con ansiedad cariñosa mucho antes de que llegue a cuadro en los últimos minutos. Laurent es todo lo que Cédric no puede ser o, mejor dicho, está en donde a Cédric le gustaría estar: fuera de casa, fuera de campo. A uno se le recibe con alegría por haber faltado, al otro se le celebraría la ausencia por haber permanecido demasiado, y éste responde, naturalmente, dando la espalda a la cámara siempre que se pueda para negar a la gente que le desprecia (como también lo hace Cassel en No es más que el fin del mundo).

Cuypers, desde luego, comparte el afán por las nucas que caracteriza a tantos autores de nuestros tiempos después de los acosos con cámara en mano de los hermanos Dardenne. Aquí la fijación por la parte trasera de la cabeza enferma no es una simple calca de una tendencia cinematográfica de moda, pues ilustra la intención elusiva de nuestro protagonista: negar el espacio con la espalda es la única manera en que la pobre víctima puede idearse un lugar propio entre las paredes de una casa que detesta. Los travellings, a diferencia del cine de los Dardenne, hablan menos de los personajes que del edificio mismo, en una ilustración que es visualmente más dispersa (o menos virtuosa) que los estilizados primeros planos, enfoques precisos y juegos de sombras que Xavier Dolan y su cinefotógrafo, André Turpin, emplearon para construir un ambiente funeral, melancólico y opresivo.

Sin embargo, el elemento que distingue al mundo de Cédric de la triste travesía de Louis es el personaje del padre, siempre excluido de las películas de Dolan. Alain —feliz progenitor de Caroline, Cédric y Laurent, y último en el sinfín de nombres franceses que hay que aprenderse en esta crítica— reencarna los desaires de vaquero nihilista y anacrónico de Michael Madsen cuando se sienta en silencio al lado de su mujer o cuando intenta jugar billar con la plática interminable de su yerno encima. Es un componente pasivo de la familia, quizás tan frustrado como su hijo y, de acuerdo con ello, el único que le demuestra franqueza. El padre es inútil para compensar las agresiones de los demás; no importa qué tanto empatice con los deseos de fuga de Cédric, su cobijo jamás será suficiente. De tal manera, Antoine Cuypers nos presenta una microsociedad en donde las mujeres tienen la última palabra, el hombre adaptado sobrevive cerrando la boca y el desadaptado, al contrario, reclama, llora, grita y manotea, alimentando el rechazo de sus captores consanguíneos.

El perjuicio, además, confirma esa pesadilla que tienen nuestros amigos más inseguros: que, cuando uno no está, los demás se la pasan a gusto y se platica mejor; en la cena fraternal ahora sí hecha y derecha, nadie va a echarte de menos. De una realidad como ésta, no hay paraíso en el mundo que brinde escapatoria.