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2023-09-05 00:00:00

Hombres en la intimidad: Horror y homoerotismo en dos cortos de Scorsese y Anger (I)

Por Pedro Paunero

La gran afeitada (The Big Shave, 1967). Dir. Martin Scorsese.

El título aparece en negro sobre un blanco inmaculado. Luego vemos parte de la taza del inodoro, a la derecha, a ras de suelo, así como el reborde de la bañera. Un primer plano de las llaves plateadas y la palanca de desagüe del inodoro. El papel higiénico blanco, la regadera, y otra vez las llaves. El lavabo. Los cepillos de dientes. El agua gotea un poco. Todo es pulcro, aséptico, en la breve extensión del baño. El espejo. Se abre la puerta. El joven entra (interpretado por Peter Bernuth). Va de blanco, en ropa interior, con calzoncillos y playera. Bosteza. Se lava la cara. Se quita la playera. Abre el botiquín y se aplica la espuma de afeitar. Se afeita con cuidado,  lentamente. Se pone pone más espuma.

Entonces comienza. Primero es un corte a nivel del lóbulo de la oreja izquierda, y otro bajo la nariz. Luego, los cortes son más numerosos, y la sangre gotea al lavabo. El agua corre por el efecto de Coriolis: sangre y agua, como en la escena de la bañera de la célebre, referencial y reverenciada “Psicosis”, de Hitchcock, estrenada siete años antes.

Ahora, el hombre lava el rastrillo en un lavabo que ya es todo sangre.

Pasa al cuello, para degollarse mientras se mira al espejo, y la sangre escurre sobre el pecho hasta la concha de lavabo, y gotea al suelo, frente a los dedos de los pies descalzos. Una mano, que es ya un guante rojo y líquido, pone el rastrillo al borde del lavabo.

Fundido en rojo.

El corto temprano “La gran afeitada”, de Martin Scorsese -rodado en 16 mm como un trabajo para la Universidad de Nueva York, en película Agfa Color-, denota tanto la obvia influencia del Hitchcock y su escena de la bañera -que se decantaría hacia el lado más gráfico y salvaje, vomitivo y de mal gusto, en el subgénero del Body Horror, pasando por lo cutre y burdo del Gore, como categoría propia de un cine inclinado a exponer la destrucción del cuerpo-, así como del estado mental del ciudadano de a pie en los Estados Unidos de la Guerra de Vietnam. Su título alternativo “Viet ‘67”, transparenta una metáfora corporizada, individual y efectiva del horror que experimentaba el individuo-soldado asimilado en la masa que es la guerra. Son esas mismas visiones grotescas -un monstruo todo brazos, que representa a la guerra, a los bandos en conflicto, y a la suma de sus pesadillas-, que atormentan al personaje de la novela “La insignia roja del valor” (1895), de Stephen Crane, enmarcada en la Guerra de Secesión.

Empero “La gran afeitada”, funciona en dos direcciones, el citado horror corporal, tan viejo como la Ilíada misma, en aquel verso del Canto XIX:

“Ahora me armaré, pero temo que en el entretanto penetren las moscas por las heridas que el bronce causó al esforzado hijo de Menetio, engendren gusanos, desfiguren el cuerpo—pues le falta la vida—y corrompan todo el cadáver”.

A la vez que una derivación de la estética masculina, propia de la era post industrial.

En “The Big Shave”, Scorsese no sólo funge como voyeur, sino que descubre el homoerotismo implícito en la publicidad de cualquier producto para el cuidado íntimo del hombre, que se remonta al arte fetish de un Kenneth Anger.

Si Hitchcock nos había recordado, con horror y pánico, la intensa vulnerabilidad de lo íntimo -el acto de bañarse de Marion Crane es, también, un acto de expiación tras el robo que ha cometido-, Scorsese asciende un escalón al exponer que, ese breve encuentro con uno mismo en el espejo (que aúna placer e higiene) es, también, un recuerdo de lo efímero de todo tiempo feliz.

Sócrates expresa: “¡Qué extraño suele ser eso que los hombres denominan “placentero”!”, cuando le quitan los grilletes y se soba los tobillos, mientras W. H. Auden escribe, en un verso imprescindible:

“Acerca del dolor jamás se equivocaron
Los Antiguos Maestros. Y qué bien entendieron
Su función en el mundo. Cómo llega
Mientras alguno cena o abre la ventana
O nada más camina sin objeto”.

Scorsese encadena placer y dolor en un drama añejo como el Sparagmos dionisíaco, y en una obra -breve (5:50 minutos de duración)- con intención política, social y metafórica. Y toda esta “oda mañanera en rojo”, arropada con el tema “I can’t get started” del año 19, de Bunny Berigan y su orquesta, que funciona como contrapunto, a la vez que reafirma su horror.

“The Big Shave” podría pasar -en paralelo-, como una película sobrevalorada, a la cual la falsa intelectualidad ha querido dar una intención de la cual carece, hasta que nos enteramos que, en efecto, Scorsese pasaba por un período de depresión y que había concebido el corto como parte de las actividades artísticas para “The Angry Arts Against the War", un evento contra la guerra.

Así, los Estados Unidos, condensados en el hombre que se afeita, se nos presentan como un ente hedonista, condenado a auto mutilarse, en aras de mantener su American Way of Life. Para no perder su Statu quo.